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Oración de la mensajera del Señor
1 de abril de 1903 (Ms 16, 1903)
Esta oración por Elena de White fue tomada de una reunión matutina llevada a cabo en el Congreso de la Asociación General en Oakland, California, EE.UU. Los temas principales en el congreso eran aprobar ajustes para la reorganización de la Asociación General en 1901, la propiedad denominacional del Battle Creek Sanitarium [Sanatorio de Battle Creek], y la futura ubicación de la Review and Herald Publishing House [Casa Publicadora Review and Herald]. Ambas instituciones se habían incendiado completamente. Primero, el edificio principal del sanatorio, el 18 de febrero de 1902, y luego el edificio principal de publicaciones, el 30 de diciembre de 1902.
Padre celestial, tú has dicho “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”
[Mateo 7:7].
Padre celestial, necesitamos de tu Santo Espíritu. No queremos obrar por nosotros mismos, sino obrar únicamente en unidad con Dios. Deseamos estar en una posición donde el Santo Espíritu de Dios pueda manifestarse en nosotros con su poder santificador y reavivador. ¿Te manifestarás a nosotros esta misma mañana? ¿Barrerás toda niebla y toda nube de oscuridad?
Venimos a ti, nuestro compasivo Redentor; y te pedimos, por amor a Cristo, por amor a tu propio Hijo, mi Padre, que manifiestes tu poder a tu pueblo aquí. Anhelamos sabiduría, anhelamos justicia, anhelamos verdad, anhelamos que el Espíritu Santo esté con nosotros.
Has presentado ante nosotros una gran obra que debe llevarse adelante a favor de quienes están en la verdad y a favor de quienes no conocen nuestra fe; y, oh, Señor, así como le has dado a cada hombre su obra, te rogamos que el Espíritu Santo impresione la mente humana con respecto a la carga de trabajo que descansará sobre cada alma individual, de acuerdo con tu designación. Queremos ser probados; queremos ser santificados completamente; queremos ser aptos para el trabajo; y aquí, aquí mismo en el congreso de la Asociación General, queremos ver la revelación del Santo Espíritu de Dios. Queremos luz, Señor, y tú eres la Luz. Queremos verdad, Señor, y tú eres la Verdad; queremos el camino correcto, y tú eres el Camino.
Señor, te ruego que todos nosotros seamos lo suficientemente sabios para discernir que debemos abrir individualmente nuestros corazones a Jesucristo; que, a través del Espíritu Santo, él pueda venir a moldearnos y hacernos nuevos, de acuerdo con la imagen divina. ¡Oh, Padre mío, Padre mío! Derrite y subyuga nuestros corazones. Esta mañana deseamos rendirnos completamente a ti; queremos renunciar a nuestra voluntad, a nuestros caminos, a nuestro proceder, que no han estado en armonía con la voluntad y los caminos de Dios; queremos aceptar los caminos del Señor, la voluntad del Señor, el consejo del Señor. Ven, oh, ven a estar con nosotros esta misma mañana, y muévete sobre los corazones, jóvenes y ancianos. De forma especial mueve el corazón de quienes están tratando con las verdades del evangelio, que puedan ser iluminados con los brillantes rayos que tú permites brillar sobre tu Palabra, para que tu instrucción pueda ser comprendida con el poder y el Espíritu del Dios viviente.
Reconocemos ante ti que no hemos honrado tu nombre como deberíamos. Reconocemos ante ti que debemos ser quebrantados de corazón. Deseamos ser reconvertidos ahora mismo; deseamos darnos cuenta en este momento de lo que Cristo es para nosotros, y lo que somos y lo que podemos ser para él como sus trabajadores, “colaboradores de Dios”
[1 Corintios 3:9].
Oh, Padre mío, que a cada alma que está confundida, cada alma que no puede comprender y ver el camino, se le presente el camino tan claramente que la niebla se disipe y la nube pase, para que el Sol de justicia pueda brillar en los recintos de la mente y en el templo del alma. Lávanos y seremos limpios, Señor. Permite que la misericordia que derrite, tu misericordia, venga a cada corazón; y luego, cuando percibamos la misericordia que derrite de un Salvador compasivo y amante, que nuestros corazones, unidos nuevamente, latan al unísono, y todos estaremos trabajando hombro a hombro para hacer avanzar esta gran obra.
No podemos permitirnos ser indiferentes, Señor. No podemos permitirnos obrar en contra los unos de los otros. Debemos confiar en ti; y pedimos en esta mañana que permitas que el Espíritu Santo descienda sobre nosotros. Estamos listos para recibir al Consolador; abrimos la puerta de nuestro corazón, e invitamos al Salvador a entrar. Te amamos, querido Salvador; tú sabes que te amamos. Vemos en ti encantos incomparables, y deseamos que cada alma pueda mirar hacia ti constantemente, a ti que eres el Autor y Consumador de nuestra fe.
Ven, Señor Jesús, ven y tómanos como somos, y vístenos con el manto de tu justicia. Quita nuestros pecados. Nuestro Salvador, viniste a la Tierra para hacer esto. Nos arrepentimos de nuestras equivocaciones; perdona cada vez que nos alejamos de ti; y te pedimos que perdones nuestras transgresiones, que podamos mostrarle al mundo que tenemos un Salvador que puede quitar nuestros pecados e impartirnos su propia justicia.
Señor, te aceptamos ahora; te recibimos ahora; creemos en ti ahora; y te rogamos que permitas que tu Espíritu Santo descanse sobre nosotros ahora. Te rogamos que ahora camines en este lugar; y que los ángeles que te acompañan rodeen cada asiento y cada corazón; y que cada persona comprenda qué debe hacer individualmente. Que todos miren no a los hombres, sino a Cristo, quien ha muerto para salvarnos. Somos salvos por ti, Señor; miramos hacia ti, Señor. Que tu poder venga sobre nosotros, para decirnos que nuestros pecados están perdonados. Tú has prometido: “Os daré un corazón nuevo”
[Ezequiel 36:26].
Queremos que nuestros corazones sean renovados, Señor; lo anhelamos.
Bendice a nuestros hermanos en el ministerio. Bendice a todos los que están en las oficinas de nuestras instituciones. No queremos que destruyas estas instituciones; no queremos ver su influencia quitada de en medio. Simplemente queremos que quites todo lo que no sea correcto en el corazón, en la vida, en el carácter de cada obrero, para que puedas usar cada institución que tú has plantado para glorificar tu nombre. Necesitamos cada una de ellas.
Oh, mi Salvador, tú que has mostrado compasión a todos nosotros, nuevamente te pedimos que nos concedas una rica porción de tu misericordia, tu plenitud, tu compasión, tu amor imperecedero. Ven, Señor Jesús, y haznos partícipes de tu naturaleza divina, a fin de que podamos sobreponernos a la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. ¡Oh, que el Espíritu de Cristo, el amor de Dios, consuele cada corazón esta mañana! Disipa la oscuridad, aparta los poderes engañosos del enemigo, y permite que tu voz y tu Espíritu y tu amor vengan a nuestras almas, a fin de que podamos sentarnos juntos en los lugares celestiales con Cristo Jesús; y tu nombre tendrá toda la gloria. Amén.
Traducción: Departamento de Traducción de la DSA
Revisión: Walter Steger, ACES